sábado, 18 de octubre de 2008

El Mejor

Cuento de Josefina R. Aldecoa.
Publicado en Cuentos de Futbol 2 Alfaguara 1998.
Fotos no, mire. Eso no, porque mi nuera me mata. Bastantes le sacan ya en el campo... Y de llevar­se las que le enseño, tampoco. A ellos no les gusta y allá ellos... ¿Y qué quiere usted que le cuente? Qué le va a contar una abuela. Yo de fútbol sé poco. Ahora, eso sí, del chico lo sé todo... El primer balón se lo re­galé yo. ¡Qué ilusión tenía! Era un balón de verdad. Pesaba... Que yo no sé cómo aquel chiquillo podía con él. Su madre torció el gesto porque ella no quería ni oír hablar del fútbol. Mi hijo no rechistó. Yo creo que se acordaba de cuando él era un crío y su padre también le había comprado uno... Mi chico se casó el año que murió Franco y mi niño nació a los dos años.

¡Qué tiempos, oiga usted! Si parece que fue ayer... Mi­re, el otro día viendo esos programas de la Prego en la tele, le decía yo a mi hijo: acuérdate de la noche que nos dio Aurora con el parto y el jaleo que había en la calle con los mítines y las elecciones... La madre no quería fútbol. Quería médico o ingeniero o abogado, pero fútbol, no... Listo fue siempre, muy listo. Echó a andar pronto, rompió a hablar pronto. Todo lo hacía bien y rápido. Mucho talento, sí señor. Por eso la ma­dre, natural, quería que estudiara carrera. Pero no hu­bo forma, oiga. ¡Qué afán con el balón...! Yo creo que esas cosas se heredan, como todo. Su abuelo, mi difunto marido, era loco por el fútbol...
Mire, acérquese. ¿Ve esta foto?.... ¿Que no sabe quién es él? ¿el de blanco? Pero hombre si es «la saeta rubia»... Y éste que le abraza, el que está de espaldas, ése es mi Juan. Fue un día que ganaron al Atleti... No, él no era socio del Real Madrid. Pero cuando podía, alguna vez, algún partido importante, se las apañaba para ir. Horas de cola se tiraban. Se turnaban los amigos, los vecinos del barrio. A veces pasaban toda la noche a la cola. Se iban para allá con la manta, los bocadillos, una botella de vino y a esperar... Qué años... Por eso digo que eso se hereda, qué duda cabe... A mí no, a mí el fútbol no me decía nada. ¿No ve que entonces aquí todavía no teníamos televisión? La radio sí, la radio te daba todo el partido como ahora. Yo, como veo regular y los sacan tan pequeños en la tele, le advierto que prefiero la radio que te lo explica todo mejor... Bueno, en casa tenemos la tele y la radio cuando juega el niño. A mí me gusta oír lo que dicen de él en la radio.

Mire, hay uno, no sé si es de la Ser o de Cope esa, que dijo un día: Desde Gento no ha habido nadie que corra como Baldo... Pues fíjese qué orgullosa. A ver... Usted no sabe lo que es una abuela... Hombre, la madre ya va entrando. No entiende mucho, no, pero se da cuenta de lo que el chico vale. Además, lo que yo le digo: Pero hija, médicos y arquitectos buenos hay muchos, pero un deportista como Baldo, de ésos hay poquísimos... Que no, que no digo sólo por lo que ganan, aunque eso también es importante. Lo digo porque mientras juegan, mientras son jóvenes, son como reyes, como los reyes de ese mun­do de ellos... Oiga usted, me acuerdo cuando le esco­gieron para los juveniles. En el colegio no vea usted. Del director hasta el último renacuajo de párvulos, estaban todos como locos...

Todo era Baldo por aquí y Baldo por allá y mi nuera con el morro torcido. Ya verá, me decía, éste no vuelve a tocar un libro en su vida... Y es que ella, mi nuera, vale mucho. Se ha preparado muy bien, ha estudiado mucho y está ahora de jefa de enfermeras en su planta, ahí en La Paz. Y ella, lo normal, quería que el chico hubiera estudiado para médico. El pa­dre, mi hijo, ése es más fácil de convencer. Le dijo a Baldo: Tú entrenas pero sigues estudiando ¿eh? Que la vida del deporte es corta ¿y luego, qué? El que lo hizo bien fue Pirri, le decía. Le sacaba mucho a relu­cir al Pirri aquel que se casó con la Sonia Bruno, tan mona que era ¿no se acuerda usted? Bueno, pues Pi­rri estudió medicina deportiva y cuando dejó de jugar lo fichó el Madrid para médico del equipo y ahí lo tiene usted...
¿Por dónde iba yo? No sé. Da igual... Pienso yo mil veces que si mi Juan levantara la cabe­za... Pero, hombre ¿quién le iba a decir a él que ten­dría un nieto futbolista? Él, ya se lo dije antes, era loco por el fútbol. Me decía: María, mujer, no ves, no te das cuenta que ese rato del partido, mientras lo ves si tienes la suerte de ir o mientras lo oyes por la radio, se te olvidan todos los problemas... Ahí, en la taber­na se reunían todos los amigotes los domingos y, hala, a esperar el partido, a discutir, a gritar, a beber vino que antes no se bebía otra cosa, no vaya usted a creer que los güisquis y las ginebras, que de todo eso nada.

O vino o una cañita de cerveza de barril, eso era lo que se usaba... Pero no me quiero ir por las nubes que ya sé yo que a usted le interesa el niño, que usted quiere que le hable del niño... Me pone nerviosa con el ca­charro ese de grabar. Ya, ya lo entiendo que si no, no puede escribirlo todo lo que le digo... Bueno pues el niño se crió muy bien... No, el abuelo no lo llegó a conocer. Murió joven. Vamos, que era joven para mo­rirse. Cincuenta y cinco años tenía. Llegó un día a casa, blanco como esa pared. Me dijo: Ábreme la ca­ma María, que no puedo más. Le había dado un dolor así, de repente en los riñones... Total, que no le veían nada claro, que lo llevaron al hospital y al fin... No, no conoció al nieto...
Teníamos dos hijos. El mayor que está colocado en Iberia, en tierra y vive en Barce­lona y el padre de Baldo que nunca me dejó: Madre, me decía cuando me quedé viuda, yo no me muevo de aquí, yo no te dejo sola. Y aquí se quedó. Está muy bien colocado. Entró muy joven de contable en los la­boratorios esos que hacen la penicilina... Hay que ver lo que fue la penicilina, cuando empezó. Tenía yo una amiga tísica perdida que se salvó gracias al Flemming que descubrió el invento... Bueno, pues a lo que íba­mos, mi hijo se quedó en Madrid. Muy bueno conmi­go y con todos porque es un chico que no se le co­noce un vicio ni un mal gesto con nadie. Tuvo novia joven, sólo una novia, su Aurora. Se casó con ella y cuando se casó se empeñó que yo me fuera cerca de ellos. Así que me vendió el pisito que teníamos por Galileo, que era interior pero estaba muy bien y luego que yo conocía a todo el mundo en el barrio... Pero no me importó irme con ellos a Moratalaz.

Ahora que eso sí, yo me compré un piso cerquita, pequeño, muy mono, pero aparte. Yo le dije a mi hijo: Mira, cerca sí. Pero independiente... Que sé yo lo que pasa con las suegras, que no es lo mismo vivir con una hija que con una nuera... Esto no se le ocurra ponerlo ¿eh? que mi nuera es muy buena chica, pe­ro no es lo mismo... Esa gloria no me la dio Dios, tener una hija.
Pero me dio cuatro hombres, el marido, los dos hijos y este nieto, el Baldo que ha sido mi alegría desde que nació... Me lo traían aquí cuando se iban a trabajar y aquí se pasaba todo el día. Pero si a este niño lo he criado yo más que su madre... La de bibe­rones, pañales, termómetros que habré gastado yo con él. Así que me adora. Pregúntele a él... Bueno, no le pregunte que ya sabe como son los chicos, les da vergüenza decir que te quieren. Y encima éste, que están deseando que hable, que diga algo para sacar­lo en las revistas...
Mi niño ¡qué listo era... ! Oiga, pe­ro qué pronto se ve que un niño va para algo grande... Yo le decía cuando era pequeño: ¿Qué vas a ser tú de mayor vida mía, ángel mío? Esas tonterías que se di­cen a los niños, y a los nietos más. Porque ya no estás pensando en otras cosas tuyas como cuando eras joven. Con los nietos no piensas más que en ellos. Ya ni qué me pongo para esta boda ni qué está haciendo tu hom­bre que no acaba de llegar.

Baldo, le pusieron así por el padre de ella, el otro abuelo, se crió muy bien. Fuerte y sano. Nunca estuvo malo de importancia. Algún catarrillo, la tripa, lo normal. Un niño muy alegre, muy juguetón. ¡Qué energía! No paraba quieto. Cuando empezó a andar me lo llevaba al parquecito de aquí al lado y allí se de­sahogaba. Luego dormía la siesta como un tronco. No fue al colegio hasta los cinco años porque me te­nía a mí ¿y quién le iba a cuidar mejor? Luego cuando empezó a ir yo le iba a llevar y a recoger. Me decían las señoritas: Vaya nieto que tiene usted, qué listo y qué bueno... que es lo que quiere oír una abuela... Me acuerdo el día que me dijo una de ellas: Su nieto va para futbolista. Porque desde muy pronto, eso sí, le encantaba la pelota. Como a todos, claro... ¿Estudian­te? Era bueno. Le gustaban y le gustan las matemáti­cas. Lo que más. Y dibuja muy bien...
A los once años empezó a jugar aquí en el barrio con el equipo del co­legio. Los entrenaba un vecino los sábados. Y los do­mingos jugaban con los equipos de otros colegios. En, seguida se veía que él valía mucho. Eso decían por­que yo, ni entendía ni entiendo. Sólo sé que mi Baldo es lo más bueno del mundo... Con el primer dinero que le dieron cuando empezó ya más en serio ¿qué cree usted que me regaló?... Un reloj de oro. Para que veas bien la hora y los minutos que faltan para terminar el partido, abuela, me dijo. Porque yo tenía un relojito de los de antes, muy poco dibujadas las cifras... Mire, cuando se lesionó aquella vez que pudo ser muy gordo aunque luego se quedó en poco, fue en el minuto veintisiete de la segunda parte... Acababa de pasarle él la pelota al compañero que metió el gol cuando le entró el defensa enemigo y le dio tal golpe en la pier­na derecha -porque hay que ver cómo juegan, a lo bruto- que me lo dejó tendido en el suelo...
Yo que vi la camilla y el locutor que decía: ha sido importan­te, ha sido importante... y la cara de dolor que tenía mi niño... Yo creí que me moría. Sólo pensaba: ¿qué sen­tirán las pobres abuelas de los toreros, Dios mío...? Porque peor que la patada es la cornada del toro... Mi hijo me llamó en seguida para tranquilizarme. Lo dejaron aquella noche en la clínica. Su madre, como además de madre es enfermera, no se separó de él... Yo no podía dormir. Pensaba: La culpa es mía por haber­le regalado aquel balón de reglamento... Pero qué ale­gría le dio aquel balón. Lo que jugó con él. Y ahora ya ve usted, con dieciocho años y le han seleccionado para jugar esa Copa que debe ser importante ¿no?... Mi niño... Porque será campeón, pero es un niño... Que no, hombre, que no, que no son lágrimas, que no lloro. Es esa luz de los focos que tienen ustedes para los fotos... Y ya le he advertido y le vuelvo a advertir que de fotos de la casa, nada... Buena se iba a poner mi nuera... Mire, le voy a enseñar la foto que más me gusta a mí. La tengo en la mesilla de mi cuarto en un portarretrato. Tenía ocho años y aquí le tiene con la camiseta del Madrid que se la compré yo... Mire qué cara de listo...

Con el pie en el balón apoyándolo, sujetándo­lo para que no se le escape... Hombre, el futuro na­die lo conoce, pero digo yo que si se tuerce la cosa podrá seguir con los estudios aunque sea de noche y trabajando de día, que no será el primero que lo hace. Y siempre tendrá el recuerdo de lo que fue... Además a él le quiere todo el mundo porque es muy buen compañero para todos. Si te quejas de que uno le ha dado un empujón o un golpe fuerte, él dice: ¿tú qué sabes, abuela?... Y de los árbitros, y de las tarjetas... No hay quien le hable de eso... Mire, yo también le pregunté una vez lo que usted me pregunta a mí, que por qué quería ser profesional en el fútbol. Y él me contestó: Porque quiero ser el mejor en algo y en esto lo voy a poder ser, estoy seguro... Allí sí que se me es­caparon las lágrimas. Porque me acordé de lo que contaba mi marido del Coppi, ese ciclista italiano, que decía: Todos los hombres son iguales pero hay al­gunos más iguales... Y mi niño quería ser de los que no son iguales... Si yo creyera en algo, que no creo, Si creyera que el abuelo le puede ver a mi Baldo desde allá arriba por un agujerito. Que puede ver a mi nieto matándose por ser el mejor...