domingo, 12 de noviembre de 2023
Juan Parra del Riego
Palpitante y jubilosocomo el grito que se lanza de repente a un aviador,todo así claro y nervioso,yo te canto, ¡oh jugador maravilloso!que hoy has puesto el pecho mío como un trémulo tambor.
Agil,fino,alado,eléctrico,repentino,delicado,fulminante,yo te vi en la tarde olímpica jugar.Mi alma estaba oscura y torpe de un secreto sollozante,pero cuando rasgó el pito emocionantey te vi correr...saltar...
Y fue el ¡hurra! Y la explosión de camisetas,tras el loco volatín de la pelota,y las oes y las zetasdel primer fugaz encajede la aguja de colores de tu cuerpo en el paisaje,otro nuevo corazón de proa ardiente,cada vez menos despaciose me puso a dar mil vueltas en el pecho de repente.
Y te vi, Gradínbronce vivo de la múltiple actitud,zigzagueante espadachíndel golkeeper cazador,de ese pájaro violentoque le silba a la pelota por el vientoy se va, regresa y cruza con su eléctrico temblor.¡Flecha, víbora, campana, banderola!¡Gradín, bala azul y verde! ¡Gradín, globo que se va!Billarista de esa súbita y vibrante carambolaque se rompe en las cabezas y se enfila más allá...
Y discóbolo volante,pasas uno...dos...tres...cuatro...siete jugadores...
La pelota hierve en ruido seco y sordo de metralla,se revuelca una epilepsia de coloresy ya estás frente a la vallacon el pecho...el alma...el pie...y es el tiro que en la tarde azul estallacomo un cálido balazo que se lleva la pelota hasta la red.¡Palomares! ¡Palomares!de los clásicos aplausos populares...¡Gradín, trompo, émbolo, música, bisturí, tirabuzón!(¡Yo vi tres mujeres de esas con caderas como altarespalpitar estremecidas de emoción!)¡Gradín! róbale al relámpago de tu cuerpo incandescente,que hoy me ha roto en mil cometas de una loca elevación,otra azul velocidad para mi frentey otra mecha de colores que me vuele el corazón
Tú que cuando vas llevando la pelotanadie cree que así juegas:todos creen que patinas,y en tu baile vas haciendo líneas griegasque te siguen dando vueltas con sus vagas serpentinas.
¡Pez acróbata que al ímpetu del ataque más violentose escabulle, arquea, flotano lo ve nadie un momento,pero como un submarino sale allá con la pelota...!Y es entonces cuando suena la tribuna como el mar:todos grítanle: ¡Gradín! ¡Gradín! ¡Gradín!
Y en el ronco oleaje negro que se quiere desbordar,saltan pechos, vuelan brazos y hasta el fintodos se hacen los coheterosde una salva luminosa de sombrerosque se van hasta la luna a gritarle allá:¡Gradín! ¡Gradín! ¡Gradín!
viernes, 29 de marzo de 2019
Mario Benedetti: Puntero Izquierdo
No es que me arrepienta ¿sabés? de estar aquí en el hospital, se lo podés decir con todas las letras a la barra del Wilson. Pero para jugar más allá de Propios hay que tenerlas bien puestas. ¿O qué te parece haber ganado aquella final contra el Corrales, jugando nada menos que nueve contra once? Hace ya dos años y me parece ver al Pampa, que todavía no había cometido el afane pero lo estaba germinando, correrse por la punta y escupir el centro, justo a los cuarenta y cuatro de la segunda etapa, y yo que la veo venir y la coloca tan al ángulo que el golerito no la pudo ni pellizcar y ahí quedó despatarrado, mandándose la parte porque los de Progreso le habían echado el ojo.
¿O qué te parece haber aguantado hasta el final en la cancha del Deportivo Yi, donde ellos tenían el juez, los línema, y una hinchada piojosa que te escupían hasta en los minutos adicionales por suspensiones de juego, y eso cuando no entraban al fiel y te gritaban: "¡Yi! ¡Yi! ¡Yi!" como si estuvieran llorando, pero refregándote de paso el puño por la trompa? Y uno haciéndose el etcétera porque si no te tapaban.
Lo que yo digo es que así no podemos seguir. O somos amater o somos profesional. Y si somos profesional que vengan los fasules. Aquí no es el Estadio, con protección policial y con esos mamitas que se revuelcan en el área sin que nadie los toque. Aquí si te hacen un penal no te despertás hasta el jueves a más tardar. Lo que está bien. Pero no podés pretender que te maten y después ni se acuerden de vos.
Yo sé que para todos estuve horrible y no precisa que me pongas esa cara de Rosigna y Moretti.
Pero ni vos ni don Amílcar entienden ni entenderán nunca lo que pasa. Claro, para ustedes es fácil ver la cosa desde el alambrado. Pero hay que estar sobre el pastito, allí te olvidás de todo, de las instrucciones del entrenador y de lo que te paga algún mafioso. Te viene una cosa de adentro y tenés que llevar la redonda. Lo ves venir al jalva con su carita de rompehueso y sin embargo no podés dejársela. Tenés que pasarlo, tenés que pasarlo siempre, como si te estuvieran dirigiendo por control remoto. Si te digo que yo sabía que esto no iba a resultar, pero don Amílcar que empieza a inflar y todos los días a buscarme a la fábrica. Que yo era un puntero de condiciones, que era una lástima que ganara tan poco, y que aunque perdiéramos la final él me iba a arreglar el pase para el Everton.
Ahora vos calculá lo que representa un pase para el Everton, donde además de don Amílcar, que después de todo no es más que un cafisho de putas pobres, está nada menos que el doctor Urrutia, que ése sí es Director de Ente Autónomo y ya colocó en Talleres al entreala de ellos.
Especialmente por la vieja, sabés, otra seguridad, porque en la fábrica ya estoy viendo que en la próxima huelga me dejan con dos manos atrás y una adelante. Y era pensando en esto que fui al café Industria a hablar con don Amílcar. Te aseguro que me habló como un padre, pensando, claro, que yo no iba a aceptar. A mí me daba risa tanta delicadeza. Que si ganábamos nosotros iba a ascender un club demasiado díscolo, te juro que dijo díscolo, y eso no convenía a los sagrados intereses del deporte nacional. Que en cambio el Everton hacía dos años que ganaba el premio a la corrección deportiva y era justo que ascendiera otro escalón. En la duda, atenti, pensé para mi entretela. Entonces le dije el asunto es grave y el coso supo con quién trataba. Me miró que parecía una lupa y yo le aguanté a pie firme y le repetí que el asunto es grave. Ahí no tuvo más remedio que reírse y me hizo una bruta guiñada y que era una barbaridad que una inteligencia como yo trabajase a lo bestia en esa fábrica. Yo pensé te clavaste la foja y le hice una entradita sobre Urrutia y el Ente Autónomo. Después, para ponerlo nervioso, le dije que uno también tiene su condición social. Pero el hombre se dio cuenta que yo estaba blando y desembuchó las cifras.
Graso error. Allí nomás le saqué sesenta. El reglamento era éste: todos sabían que yo era el hombre-gol, así que los pases vendrían a mí como un solo hombre. Yo tenía que eludir a dos o tres y tirar apenas desviado o pegar en la tierra y mandarme la parte de la bronca. El coso decía que nadie se iba a dar cuenta que yo corría pa los italianos. Dijo que también iban a tocar a Murias, porque era un tipo macanudo y no lo tomaba a mal. Le pregunté solapadamente si también Murias iba a entrar en Talleres y me contestó que no, que ese puesto era diametralmente mío. Pero después, en la cancha, lo de Murias fue una vergüenza. El pardo no disimuló ni medio; se tiraba como una mula y siempre lo dejaban en el suelo. A los veintiocho minutos ya lo habían expulsado porque en un escrimaye le dio al entreala de ellos un codazo en el hígado. Yo veía de lejos tirándose de palo a palo al meyado Valverde, que es de esos idiotas que rechazan muy pitucos cualquier oferta como la gente, y te juro por la vieja que es un amater de órdago, porque hasta la mujer, que es una milonguita, le mete cuernos en todo sector. Pero la cosa es que el meyado se rompía y se le tiraba a los pies nada menos que a Bademian, ese armenio con patada de burro que hace tres años casi mata de un tiro libre al golero del Cardona.
Y pasa que te contagiás y sentís algo adentro y empezás a eludir y seguís haciendo dribles en la línea del córner como cualquier mandrake y no puede ser que con dos hombres de menos (porque al Tito también lo echaron, pero por bruto) nos perdiéramos el ascenso. Dos o tres veces me la dejé quitar pero ¿sabés? me daba un calor bárbaro porque el jalva que me marcaba era más malo que tomar agua sudando y los otros iban a pensar que yo había disminuido mi estándar de juego. Allí el entrenador me ordenó que jugara atrasado para ayudar a la defensa y yo pensé que eso me venía al trome porque jugando atrás ya no era el hombre-gol y no se notaría tanto si tiraba como la mona. Así y todo me mandé dos boleos que pasaron arañando el palo y estaba quedando bien con todos. Pero cuando me corrí y se la pasé al Ñato Silveira para que entrara él y ese tarado me la pasó de nuevo, a mí que estaba solo, no tuve más remedio que pegar en la tierra porque si no iba a ser muy bravo no meter el gol. Entonces, mientras yo hacía que me arreglaba los zapatos, el entrenador me gritó a lo Tittaruffo:
“¿Qué tenés en la cabeza? ¿Moco?”
Eso, te juro, me tocó aquí dentro, porque yo no tengo moco y si no preguntale a don Amílcar, él siempre dijo que soy un puntero inteligente porque juego con la cabeza levantada. Entonces ya no vi más, se me subió la calabresa y le quise demostrar al coso ése que cuando quiero sé mover la guinda y me saqué de encima a cuatro o cinco y cuando estuve solo frente al golero le mandé un zapatillazo que te lo boliodire y el tipo quedó haciendo sapitos pero exclusivamente a cuatro patas. Miré hacia el entrenador y lo encontré sonriente como aviso de Rider y recién entonces me di cuenta que me había enterrado hasta el ovario. Los otros me abrazaban y gritaban: “¡Pa los contras!”, y yo no quería dirigir la visual hacia donde estaba don Amílcar con el doctor Urrutia o sea justo en la banderita de mi córner, pero en seguida empezó a llegarme un kilo de putiadas, en la que reconocí el tono mezzosoprano del delegado y la ronquera con bitter de mi fuente de recursos. Allí el partido se volvió de trámite intenso porque entró la hinchada de ellos y le llenaron la cara de dedos a más de cuatro.
A mí no me tocaron porque me reservaban de postre. Después quise recuperar puntos y pasé a colaborar con la defensa, pero no marcaba a nadie y me pasaban la globa entre las piernas como a cualquier gilberto. Pero el meyado estaba en su día y sacaba al córner tiros imposibles. Una vuelta se la chingué con efecto y todo, y ese bestia la bajó con una sola mano. Miré a don Amílcar y al delegado, a ver si se daban cuenta que contra el destino no se puede, pero don Amílcar ya no estaba y el doctor Urrutia seguía moviendo los labios como un bagre. Allí nomás terminó uno a cero y los muchachos me llevaron en andas porque había hecho el gol de la victoria y además iba a la cabeza en la tabla de los escores.
Los periodistas escribieron que mi gol, ese magnífico puntillazo, había dado el más rotundo mentís a los infames rumores circulantes. Yo ni siquiera me di la ducha porque quería contarle a la vieja que ascendíamos a Intermedia. Así que salí todo sudado, con la camiseta que era un mar de lágrimas, en dirección al primer teléfono. Pero allí nomás me agarraron del brazo y por el movado de oro le di la cana a la bruta manaza de don Amílcar. Te juro que creía que me iba a felicitar por el triunfo, pero está clavado que esos tipos no saben perderla. Todo el partido me la paso chingándola y tirando desviado o sea hipotecando mis prestigios, y eso no vale nada.
Después me viene el sarampión y hago un gol de apuro y eso está mal. Pero ¿y lo otro? Para mí había cumplido con los sesenta que le había sacado de anticipo, así que me hice el gallito y le pregunté con gran serenidad y altura si le había hablado al delegado sobre mi puesto en Talleres.
El coso ni mosquió y casi sin mover los labios, porque estábamos entre la gente, me fue diciendo podrido, mamarracho, tramposo, andá a joder a Gardel, y otros apelativos que te omito por respeto a la enfermera que me cuida como una madre. Dimos vuelta una esquina y allí estaba el delegado. Yo como un caballero le pregunté por la señora, y el tipo, como si nada, me dijo en otro orden la misma sarta de piropos, adicionando los de pata sucia, maricón y carajito. Yo pensé la boca se te haga un lago, pero la primera torta me la dio el Piraña, aparecido de golpe y porrazo, como el ave fénix, y atrás de él reconocí al Gallego y al Chiche, todos manyaorejas de Urrutia, el cual en ningún momento se ensució las manos y sólo mordía una boquilla muy pituca, de ésas de contrabando. La segunda piña me la obsequió el Canilla, pero a partir de la tercera perdí el orden cronológico y me siguieron dando hasta las calandrias griegas. Cuando quise hacerme una composición de lugar, ya estaba medio muerto.
Ahí me dejaron hecho una pulpa y con un solo ojo los vi alejarse por la sombra. Dios nos libre y se los guarde, pensé con cierta amargura y flor de gusto a sangre. Miré a diestro y siniestro en busca de S.O.S. pero aquello era el desierto de Zárate. Tuve que arrastrarme más o menos hasta el bar de Seoane, donde el rengo me acomodó en el camión y me trajo como un solo hombre al hospital. Y aquí me tenés. Te miro con este ojo, pero voy a ver si puedo abrir el otro. Difícil, dijo Cañete. La enfermera, que me trata como al rey Farú y que tiene, como ya lo habrás jalviado, su bruta plataforma electoral, dice que tengo para un semestre. Por ahora no está mal, porque ella me sube a upa para lavarme ciertas ocasiones y yo voy disfrutando con vistas al futuro. Pero la cosa va a ser después: el período de pases ya se acaba. Sintetizando, que estoy colgado. En la fábrica ya le dijeron a la vieja que ni sueñe que me vayan a esperar. Así que no tendré más remedio que bajar el cogote y apersonarme con ese chitrulo de Urrutia, a ver si me da el puesto en Talleres como me habían prometido.(1954)
jueves, 10 de septiembre de 2009
Rafael Alberti. Oda a Platko
Platko años setentas
En 1928 el FC de Barcelona y el Real Sociedad jugaron en Santander la final de la Copa de España. Fué un duelo epico, pues hubo que disputar tres partidos para decidir el campeón (entonces no habia prorrogas, ni penaltis). En el definitivo, el hungaro Franz Platko, portero del Barça, se convirtió en heroe al detener varios goles marcados estando en precarias condiciones fisicas. Rafael Alberti, que vio el partido, contó impresionado como el guardameta "fué acometido furiosamente por los de la Real y quedó ensangrentado, sin sentido, pero con el balón entre los brazos... Luego reapareció, vendada la cabeza, fuerte y hermoso, decidido a dejarse matar". Los catalanes ganaron la copa y Alberti escribió su "Oda a Platko".
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,guardameta en el polvo,pararrayos.
Volvió su espalda al cielo.
rotas alas, combatidas, sin plumas,
"Y recuerdo también nuestra triple derrota en aquellos partidos frente al Barcelona que si nos ganó, no fue gracias a Platko sino por diez penaltis claros que nos robaron. Camisolas azules y blancas volaban al aire, felices, como pájaros libres, asaltaban la meta defendida con furia y nada pudo entonces toda la inteligencia y el despliegue de los donostiarras que luchaban entonces contra la rabia ciega y el barro, y las patadas, y un arbitro comprado. Todos lo recordamos y quizá mas que tu, mi querido Alberti, lo recuerdo yo, por que yo estaba allí, porque vi lo que vi, lo que tú has olvidado, pero nosotros siempre recordamos: ganamos. En buena ley, ganamos y hay algo que no cambian los falsos resultados."
martes, 8 de septiembre de 2009
HORACIO QUIROGA.
El cuento que presentamos aquí, es un relato real de la muerte del futbolista Abdón Porte "el Indio" del Nacional de Montevideo, con la fría narrativa de Horacio Quiroga.
"JUAN POLTÍ, HALF-BACK"
Horacio Quiroga
Publicado en Atlántida, Buenos Aires, año I, N° 11, mayo 16, 1918, con un dibujo de Málaga Guenet.
Cuando un muchacho llega, por a o b, y sin previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremisiblemente. Es un paraíso demasiado artificial para su joven corazón. A veces pierde algo más, que después se encuentra en la lista de defunciones.
Tal es el caso de Juan Poltí, half-back del Nacional de Montevideo. Como entrenamiento en el juego, el muchacho lo tenía a conciencia. Tenía, además, una cabeza muy dura, y ponía el cuerpo rígido como un taco al saltar: por lo cual jugaba al billar con la pelota, lanzándola de corrida hasta el mismo gol.
Corrió un año más, y la comisión se decidió al fin a reemplazarlo. Medida dura, si las hay, y que un club mastica meses enteros: porque es algo que llega al corazón de un muchacho que durante cuatro años ha sido la gloria de su campo.
Esto es lo que se sabe de esa noche. Pero esa madrugada fue hallado el cuerpo del half-back acostado en la cancha, con el lado izquierdo del saco un poco levantado, y la mano derecha oculta bajo el saco. En la mano izquierda apretaba un papel, donde se leía:
"Que siempre esté adelante
el club para nosotros anhelo.
Yo doy mi sangre
por todos mis compañeros,
ahora y siempre el club gigante.
¡Viva el club Nacional!"
Abdón Porte
domingo, 2 de agosto de 2009
24 Maneras de decir Futbol
Turco: Futbol
martes, 9 de diciembre de 2008
El SUCIDIO DE DIOS*
Diego Armando Maradona ha tomado la temeraria decisión de dirigir a la selección argentina. Un país contiene el aliento ante lo que puede ser el descalabro de su favorito.
El Dios de los pies pequeños ha dotado de contenido a los comentaristas que bostezaban ante la tarea de analizar el abductor lesionado de un defensa o el costoso fichaje de un delantero.
Puesto en entredicho por sus intoxicaciones, Maradona es el tónico que el futbol necesita para despertar. A diferencia de la mayoría de sus colegas argentinos, que al llegar a cierta edad cambian la cancha por la tranquila gestión de una parrilla de carnes, el 10 albiceleste no ha dejado de buscar retos ni problemas. Su prodigiosa historia en los estadios ha sido una telenovela fuera de ellos.
Su gracia para engañar a los rivales como quien les hace un favor lo convirtió en un futbolista de fábula. Pero Maradona tenía algo más: la magnética condición del ídolo. Anotar un gol con la mano en una Copa del Mundo sin que lo advierta el árbitro es una picardía de alta escuela. Decir que fue "la mano de Dios" es crear un mito.
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