viernes, 29 de marzo de 2019

INDEX

Mario Benedetti: Puntero Izquierdo

(Montevideanos, 1959)

A Carlos Real de Azúa


Vos sabés las que se arman en cualquier cancha más allá de Propios. Y si no acordate del campito del Astral, donde mataron a la vieja Ulpiana. Los años que estuvo hinchándola desde el alambrado y, la fatalidad, justo esa tarde no pudo disparar por la uña encarnada. Y si no acordate de aquella canchita de mala muerte, creo que la del Torricelli, donde le movieron el esqueleto al pobre Cabeza, un negro de mano armada, puro pamento, que ese día le dio la loca de escupir cuando ellos pasaban con la bandera. Y si no acordate de los menores de Cuchilla Grande, que mandaron al nosocomio al back derecho del Catamarca, y todo porque le había hecho al capitán de ellos la mejor jugada recia de la tarde.
No es que me arrepienta ¿sabés? de estar aquí en el hospital, se lo podés decir con todas las letras a la barra del Wilson. Pero para jugar más allá de Propios hay que tenerlas bien puestas. ¿O qué te parece haber ganado aquella final contra el Corrales, jugando nada menos que nueve contra once? Hace ya dos años y me parece ver al Pampa, que todavía no había cometido el afane pero lo estaba germinando, correrse por la punta y escupir el centro, justo a los cuarenta y cuatro de la segunda etapa, y yo que la veo venir y la coloca tan al ángulo que el golerito no la pudo ni pellizcar y ahí quedó despatarrado, mandándose la parte porque los de Progreso le habían echado el ojo.
¿O qué te parece haber aguantado hasta el final en la cancha del Deportivo Yi, donde ellos tenían el juez, los línema, y una hinchada piojosa que te escupían hasta en los minutos adicionales por suspensiones de juego, y eso cuando no entraban al fiel y te gritaban: "¡Yi! ¡Yi! ¡Yi!" como si estuvieran llorando, pero refregándote de paso el puño por la trompa? Y uno haciéndose el etcétera porque si no te tapaban.
Lo que yo digo es que así no podemos seguir. O somos amater o somos profesional. Y si somos profesional que vengan los fasules. Aquí no es el Estadio, con protección policial y con esos mamitas que se revuelcan en el área sin que nadie los toque. Aquí si te hacen un penal no te despertás hasta el jueves a más tardar. Lo que está bien. Pero no podés pretender que te maten y después ni se acuerden de vos.
Yo sé que para todos estuve horrible y no precisa que me pongas esa cara de Rosigna y Moretti.
Pero ni vos ni don Amílcar entienden ni entenderán nunca lo que pasa. Claro, para ustedes es fácil ver la cosa desde el alambrado. Pero hay que estar sobre el pastito, allí te olvidás de todo, de las instrucciones del entrenador y de lo que te paga algún mafioso. Te viene una cosa de adentro y tenés que llevar la redonda. Lo ves venir al jalva con su carita de rompehueso y sin embargo no podés dejársela. Tenés que pasarlo, tenés que pasarlo siempre, como si te estuvieran dirigiendo por control remoto. Si te digo que yo sabía que esto no iba a resultar, pero don Amílcar que empieza a inflar y todos los días a buscarme a la fábrica. Que yo era un puntero de condiciones, que era una lástima que ganara tan poco, y que aunque perdiéramos la final él me iba a arreglar el pase para el Everton.
Ahora vos calculá lo que representa un pase para el Everton, donde además de don Amílcar, que después de todo no es más que un cafisho de putas pobres, está nada menos que el doctor Urrutia, que ése sí es Director de Ente Autónomo y ya colocó en Talleres al entreala de ellos.
Especialmente por la vieja, sabés, otra seguridad, porque en la fábrica ya estoy viendo que en la próxima huelga me dejan con dos manos atrás y una adelante. Y era pensando en esto que fui al café Industria a hablar con don Amílcar. Te aseguro que me habló como un padre, pensando, claro, que yo no iba a aceptar. A mí me daba risa tanta delicadeza. Que si ganábamos nosotros iba a ascender un club demasiado díscolo, te juro que dijo díscolo, y eso no convenía a los sagrados intereses del deporte nacional. Que en cambio el Everton hacía dos años que ganaba el premio a la corrección deportiva y era justo que ascendiera otro escalón. En la duda, atenti, pensé para mi entretela. Entonces le dije el asunto es grave y el coso supo con quién trataba. Me miró que parecía una lupa y yo le aguanté a pie firme y le repetí que el asunto es grave. Ahí no tuvo más remedio que reírse y me hizo una bruta guiñada y que era una barbaridad que una inteligencia como yo trabajase a lo bestia en esa fábrica. Yo pensé te clavaste la foja y le hice una entradita sobre Urrutia y el Ente Autónomo. Después, para ponerlo nervioso, le dije que uno también tiene su condición social. Pero el hombre se dio cuenta que yo estaba blando y desembuchó las cifras.
Graso error. Allí nomás le saqué sesenta. El reglamento era éste: todos sabían que yo era el hombre-gol, así que los pases vendrían a mí como un solo hombre. Yo tenía que eludir a dos o tres y tirar apenas desviado o pegar en la tierra y mandarme la parte de la bronca. El coso decía que nadie se iba a dar cuenta que yo corría pa los italianos. Dijo que también iban a tocar a Murias, porque era un tipo macanudo y no lo tomaba a mal. Le pregunté solapadamente si también Murias iba a entrar en Talleres y me contestó que no, que ese puesto era diametralmente mío. Pero después, en la cancha, lo de Murias fue una vergüenza. El pardo no disimuló ni medio; se tiraba como una mula y siempre lo dejaban en el suelo. A los veintiocho minutos ya lo habían expulsado porque en un escrimaye le dio al entreala de ellos un codazo en el hígado. Yo veía de lejos tirándose de palo a palo al meyado Valverde, que es de esos idiotas que rechazan muy pitucos cualquier oferta como la gente, y te juro por la vieja que es un amater de órdago, porque hasta la mujer, que es una milonguita, le mete cuernos en todo sector. Pero la cosa es que el meyado se rompía y se le tiraba a los pies nada menos que a Bademian, ese armenio con patada de burro que hace tres años casi mata de un tiro libre al golero del Cardona.
Y pasa que te contagiás y sentís algo adentro y empezás a eludir y seguís haciendo dribles en la línea del córner como cualquier mandrake y no puede ser que con dos hombres de menos (porque al Tito también lo echaron, pero por bruto) nos perdiéramos el ascenso. Dos o tres veces me la dejé quitar pero ¿sabés? me daba un calor bárbaro porque el jalva que me marcaba era más malo que tomar agua sudando y los otros iban a pensar que yo había disminuido mi estándar de juego. Allí el entrenador me ordenó que jugara atrasado para ayudar a la defensa y yo pensé que eso me venía al trome porque jugando atrás ya no era el hombre-gol y no se notaría tanto si tiraba como la mona. Así y todo me mandé dos boleos que pasaron arañando el palo y estaba quedando bien con todos. Pero cuando me corrí y se la pasé al Ñato Silveira para que entrara él y ese tarado me la pasó de nuevo, a mí que estaba solo, no tuve más remedio que pegar en la tierra porque si no iba a ser muy bravo no meter el gol. Entonces, mientras yo hacía que me arreglaba los zapatos, el entrenador me gritó a lo Tittaruffo:
“¿Qué tenés en la cabeza? ¿Moco?”
Eso, te juro, me tocó aquí dentro, porque yo no tengo moco y si no preguntale a don Amílcar, él siempre dijo que soy un puntero inteligente porque juego con la cabeza levantada. Entonces ya no vi más, se me subió la calabresa y le quise demostrar al coso ése que cuando quiero sé mover la guinda y me saqué de encima a cuatro o cinco y cuando estuve solo frente al golero le mandé un zapatillazo que te lo boliodire y el tipo quedó haciendo sapitos pero exclusivamente a cuatro patas. Miré hacia el entrenador y lo encontré sonriente como aviso de Rider y recién entonces me di cuenta que me había enterrado hasta el ovario. Los otros me abrazaban y gritaban: “¡Pa los contras!”, y yo no quería dirigir la visual hacia donde estaba don Amílcar con el doctor Urrutia o sea justo en la banderita de mi córner, pero en seguida empezó a llegarme un kilo de putiadas, en la que reconocí el tono mezzosoprano del delegado y la ronquera con bitter de mi fuente de recursos. Allí el partido se volvió de trámite intenso porque entró la hinchada de ellos y le llenaron la cara de dedos a más de cuatro.
A mí no me tocaron porque me reservaban de postre. Después quise recuperar puntos y pasé a colaborar con la defensa, pero no marcaba a nadie y me pasaban la globa entre las piernas como a cualquier gilberto. Pero el meyado estaba en su día y sacaba al córner tiros imposibles. Una vuelta se la chingué con efecto y todo, y ese bestia la bajó con una sola mano. Miré a don Amílcar y al delegado, a ver si se daban cuenta que contra el destino no se puede, pero don Amílcar ya no estaba y el doctor Urrutia seguía moviendo los labios como un bagre. Allí nomás terminó uno a cero y los muchachos me llevaron en andas porque había hecho el gol de la victoria y además iba a la cabeza en la tabla de los escores.
Los periodistas escribieron que mi gol, ese magnífico puntillazo, había dado el más rotundo mentís a los infames rumores circulantes. Yo ni siquiera me di la ducha porque quería contarle a la vieja que ascendíamos a Intermedia. Así que salí todo sudado, con la camiseta que era un mar de lágrimas, en dirección al primer teléfono. Pero allí nomás me agarraron del brazo y por el movado de oro le di la cana a la bruta manaza de don Amílcar. Te juro que creía que me iba a felicitar por el triunfo, pero está clavado que esos tipos no saben perderla. Todo el partido me la paso chingándola y tirando desviado o sea hipotecando mis prestigios, y eso no vale nada.
Después me viene el sarampión y hago un gol de apuro y eso está mal. Pero ¿y lo otro? Para mí había cumplido con los sesenta que le había sacado de anticipo, así que me hice el gallito y le pregunté con gran serenidad y altura si le había hablado al delegado sobre mi puesto en Talleres.
El coso ni mosquió y casi sin mover los labios, porque estábamos entre la gente, me fue diciendo podrido, mamarracho, tramposo, andá a joder a Gardel, y otros apelativos que te omito por respeto a la enfermera que me cuida como una madre. Dimos vuelta una esquina y allí estaba el delegado. Yo como un caballero le pregunté por la señora, y el tipo, como si nada, me dijo en otro orden la misma sarta de piropos, adicionando los de pata sucia, maricón y carajito. Yo pensé la boca se te haga un lago, pero la primera torta me la dio el Piraña, aparecido de golpe y porrazo, como el ave fénix, y atrás de él reconocí al Gallego y al Chiche, todos manyaorejas de Urrutia, el cual en ningún momento se ensució las manos y sólo mordía una boquilla muy pituca, de ésas de contrabando. La segunda piña me la obsequió el Canilla, pero a partir de la tercera perdí el orden cronológico y me siguieron dando hasta las calandrias griegas. Cuando quise hacerme una composición de lugar, ya estaba medio muerto.
Ahí me dejaron hecho una pulpa y con un solo ojo los vi alejarse por la sombra. Dios nos libre y se los guarde, pensé con cierta amargura y flor de gusto a sangre. Miré a diestro y siniestro en busca de S.O.S. pero aquello era el desierto de Zárate. Tuve que arrastrarme más o menos hasta el bar de Seoane, donde el rengo me acomodó en el camión y me trajo como un solo hombre al hospital. Y aquí me tenés. Te miro con este ojo, pero voy a ver si puedo abrir el otro. Difícil, dijo Cañete. La enfermera, que me trata como al rey Farú y que tiene, como ya lo habrás jalviado, su bruta plataforma electoral, dice que tengo para un semestre. Por ahora no está mal, porque ella me sube a upa para lavarme ciertas ocasiones y yo voy disfrutando con vistas al futuro. Pero la cosa va a ser después: el período de pases ya se acaba. Sintetizando, que estoy colgado. En la fábrica ya le dijeron a la vieja que ni sueñe que me vayan a esperar. Así que no tendré más remedio que bajar el cogote y apersonarme con ese chitrulo de Urrutia, a ver si me da el puesto en Talleres como me habían prometido.(1954)

jueves, 10 de septiembre de 2009

Rafael Alberti. Oda a Platko




75 AÑOS DE LA ODA A PLATKO, DE ALBERTI 1928:



Gardel con Platko y Josep Samitier, jugadores del Barsa luego del partido.

Los Campos de Sport del Sardinero de Santander son escenario de la final de Copa de fútbol entre el F.C. Barcelona y la Real Sociedad de San Sebastián. Tres partidos van a ser necesarios para saber quién se proclama campeón (no existía entonces el lanzamiento final de penalties).


En el primero de esos partidos, jugado el día 20 de mayo, el portero del Barcelona, el húngaro Platko, se convirtió en héroe por su comportamiento. "Cuando la Real estaba achuchando la portería catalana, su delantero centro Cholin, en una posicion envidiable, avanzó hasta la portería. Cuando el gol parecía inevitable, el guardameta Platko realizó una gran estirada y se arrojó sobre el pie del jugador donostiarra conteniendo así el tiro, pero a cambio de recibir en la cabeza el golpe destinado al balón. La patada fue brutal, Platko quedó conmocionado y tuvieron que retirarle del campo para aplicarle 6 puntos de sutura en la herida ensangrentada." Como cuenta Sport Cantabria en un artículo que recomendamos, Platko volvió al juego con un aparatoso vendaje que perdería en el transcurso del juego.


El poeta Rafael Alberti, uno de los espectadores presentes en el campo, impresionado, dedicó al guardameta la siguiente oda, aparecida en la primera página del periódico "La Voz de Cantabria" del día 27 de mayo de 1928:

Platko años setentas
En 1928 el FC de Barcelona y el Real Sociedad jugaron en Santander la final de la Copa de España. Fué un duelo epico, pues hubo que disputar tres partidos para decidir el campeón (entonces no habia prorrogas, ni penaltis). En el definitivo, el hungaro Franz Platko, portero del Barça, se convirtió en heroe al detener varios goles marcados estando en precarias condiciones fisicas. Rafael Alberti, que vio el partido, contó impresionado como el guardameta "fué acometido furiosamente por los de la Real y quedó ensangrentado, sin sentido, pero con el balón entre los brazos... Luego reapareció, vendada la cabeza, fuerte y hermoso, decidido a dejarse matar". Los catalanes ganaron la copa y Alberti escribió su "Oda a Platko".





Oda a Platko


Ni el mar,que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,guardameta en el polvo,pararrayos.
No nadie, nadie, nadie.
Camisetas azules y blancas, sobre el aire.
Camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.

Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiente en la yerba de otro país.
¡ Tú, llave, Platko, tu llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo.
!No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.

Volvió su espalda al cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas sin viento.
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por ti, sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto
temieron las insignias.

No nadie, Platko, nadie,
nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar.
Fueron diez rápidas banderas
incendiadas sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta al corazón de la esperanza.

Fue tu vuelta.
Azul heróico y grana,
mando el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas,
rotas alas, combatidas, sin plumas,
escalaron la yerba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
¡ Y todo por ti, Platko,
rubio Platko de Hungría
!Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario al viento abrió una brecha.

Nadie, nadie se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias.
Las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
¡ Oh, Platko, Platko, Platkotú, tan lejos de Hungría !
¿ Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte ?
Nadie, nadie se olvida,
no, nadie, nadie, nadie.

Rafael Alberti


Contraoda del poeta de la Real Sociedad - Gabriel Celaya (1911-1991)

"Y recuerdo también nuestra triple derrota en aquellos partidos frente al Barcelona que si nos ganó, no fue gracias a Platko sino por diez penaltis claros que nos robaron. Camisolas azules y blancas volaban al aire, felices, como pájaros libres, asaltaban la meta defendida con furia y nada pudo entonces toda la inteligencia y el despliegue de los donostiarras que luchaban entonces contra la rabia ciega y el barro, y las patadas, y un arbitro comprado. Todos lo recordamos y quizá mas que tu, mi querido Alberti, lo recuerdo yo, por que yo estaba allí, porque vi lo que vi, lo que tú has olvidado, pero nosotros siempre recordamos: ganamos. En buena ley, ganamos y hay algo que no cambian los falsos resultados."



Gabriel Celaya





martes, 8 de septiembre de 2009

HORACIO QUIROGA.


El cuento que presentamos aquí, es un relato real de la muerte del futbolista Abdón Porte "el Indio" del Nacional de Montevideo, con la fría narrativa de Horacio Quiroga.



"JUAN POLTÍ, HALF-BACK"

Horacio Quiroga

Publicado en Atlántida, Buenos Aires, año I, N° 11, mayo 16, 1918, con un dibujo de Málaga Guenet.




Cuando un muchacho llega, por a o b, y sin previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremisiblemente. Es un paraíso demasiado artificial para su joven cora­zón. A veces pierde algo más, que después se encuentra en la lista de de­funciones.

Tal es el caso de Juan Poltí, half-back del Nacional de Montevideo. Como entrenamiento en el juego, el muchacho lo tenía a conciencia. Tenía, además, una cabeza muy dura, y ponía el cuerpo rígido como un taco al sal­tar: por lo cual jugaba al billar con la pelota, lanzándola de corrida hasta el mismo gol.

Poltí tenía veinte años, y había pisado la cancha a los quince, en un ignorado club de quinta categoría. Pero alguien del Nacional lo vio cabe­cear, comunicando en seguida a su gente. El Nacional lo contrató, y Poltí fue feliz.

Al muchacho le sobraba, naturalmente, fuego, y este brusco salto en la senda de la gloria lo hizo girar sobre sí mismo como un torbellino. Lle­gar desde una portería de juzgado a un ministerio, es cosa que razonable­mente puede marear: pero dormirse forward de un club desconocido y des­pertar half-back del Nacional, toca en lo delirante. Poltí deliraba, pateaba, y aprendía frases de efecto: "Yo, señor presidente, quiero honrar el baldón que me han confiado". El quería decir blasón, pero lo mismo daba, dado que el muchacho valía en la cancha lo que una o dos docenas de profesores en sus respectivas cátedras.

Sabía apenas escribir, y se le consiguió un empleo de archivista con 50 pesos oro. Dragoneaba furtivamente con mayor o menor lujo de palabras rebuscadas, y adquirió una novia en forma, con madre, hermanas y una ca­sa que él visitaba.

La gloria lo circundaba como un halo. "El día que no me encuentre más en forma", decía, "me pego un tiro". Una cabeza que piensa poco, y se usa, en cambio, como suela de taco de billar para recibir y contralanzar una pelota de fútbol que llega como una bala, puede convertirse en un caracol sopanto, donde el tronar de los aplausos repercute más de lo debido. Hay pequeñas roturas, pequeñas con­gestiones, y el resto. El half-back cabeceaba toda una tarde de internacio­nal. Sus cabezazos eran tan eficaces como las patadas del cuadro entero. Te­nía tres pies: ésta era su ventaja.

Pues bien: un día, Poltí comenzó a decaer. Nada muy sensible; pero la pelota partía demasiado a la derecha o demasiado a la izquierda; o dema­siado alto, o tomaba demasiado efecto. Cosas éstas todas que no engañaban a nadie sobre la decadencia del gran half-back. Sólo él se engañaba, y no era tarea amable hacérselo notar.

Corrió un año más, y la comisión se decidió al fin a reemplazarlo. Me­dida dura, si las hay, y que un club mastica meses enteros: porque es algo que llega al corazón de un muchacho que durante cuatro años ha sido la gloria de su campo.

Cómo lo supo Poltí antes de serle comunicado, o cómo lo previó –lo que es más posible–, son cosas que ignoramos. Pero lo cierto es que una noche el half-back salió contento de casa de su novia, porque había logra­do convencer a todos de que debía casarse el 3 del mes entrante, y no otro día. El 2 cumplía años ella, y se acabó.
Así fueron informados los muchachos esa misma noche en el club, por donde pasó Poltí hacia medianoche. Estuvo alegre y decidor como siempre. Estuvo un cuarto de hora, y después de confrontar, reloj en mano, la hora del último tranvía a la Unión, salió.

Esto es lo que se sabe de esa noche. Pero esa madrugada fue hallado el cuerpo del half-back acostado en la cancha, con el lado izquierdo del sa­co un poco levantado, y la mano derecha oculta bajo el saco. En la mano izquierda apretaba un papel, donde se leía:

"Querido doctor y presidente: Le recomiendo a mi vieja y a mi no­via. Usted sabe, mi querido doctor, por qué hago esto. ¡Viva el club Na­cional!"


Y más abajo, estos versos:


"Que siempre esté adelante
el club para nosotros anhelo.

Yo doy mi sangre
por todos mis compañeros,
ahora y siempre el club gigante.

¡Viva el club Nacional!"

El entierro del half-back Juan Poltí no tuvo, como acompañamiento de consternación, sino dos precedentes en Montevideo. Porque lo que lleva­ban a pulso, por espacio de una legua era el cadáver de una criatura fulmi­nada por la gloria, para resistir la cual es menester haber sufrido mucho tras su conquista. Nada, menos que la gloria, es gratuito. Y si se la obtiene así, se paga fatalmente con el ridículo, o con un revólver sobre el corazón.




Abdón Porte





domingo, 2 de agosto de 2009

24 Maneras de decir Futbol

Escrito en voz castellana
Español: Futbol o Fútbol
Italiano: Calcio
Danés: Fodbold
Sueco: Fotboll
Ruso: Futból
Húngaro: Labdarúgás
Árabe: Kourat al-qada,m
Alemán: Fussbal
Holandés: Voetbal
Griego: Podo´steron
Francés: Football
Hebreo: Kaduregel
Finés: Jalkapallo
Esperanto: pied´pilko
Checo: Kopaná
Swahili: Futboli
Rumano: Fotbal
Polaco: Pitika nozna
Portugués: Futebol
Yiddish: Fussball
Japonés: Futtobooru
Indonés: Bola sepak
Inglés: Foot Ball

Turco: Futbol

martes, 9 de diciembre de 2008

El SUCIDIO DE DIOS*

Por Juan Villoro

Diego Armando Maradona ha tomado la temeraria decisión de dirigir a la selección argentina. Un país contiene el aliento ante lo que puede ser el descalabro de su favorito.
El Dios de los pies pequeños ha dotado de contenido a los comentaristas que bostezaban ante la tarea de analizar el abductor lesionado de un defensa o el costoso fichaje de un delantero.
Puesto en entredicho por sus intoxicaciones, Maradona es el tónico que el futbol necesita para despertar. A diferencia de la mayoría de sus colegas argentinos, que al llegar a cierta edad cambian la cancha por la tranquila gestión de una parrilla de carnes, el 10 albiceleste no ha dejado de buscar retos ni problemas. Su prodigiosa historia en los estadios ha sido una telenovela fuera de ellos.
El niño nacido en el arrabal de Villa Fiorito disponía de un don singular para influir en las pasiones de la especie. Nunca un pie izquierdo ha sido tan relevante, lo cual lleva a pensar si en verdad se trata de un ser humano. "Diego es un extraterrestre", ha dicho su hermano menor.
Su gracia para engañar a los rivales como quien les hace un favor lo convirtió en un futbolista de fábula. Pero Maradona tenía algo más: la magnética condición del ídolo. Anotar un gol con la mano en una Copa del Mundo sin que lo advierta el árbitro es una picardía de alta escuela. Decir que fue "la mano de Dios" es crear un mito.
Además, Maradona conservó el aire de jugador de barrio que está peleado con los peines y aun vestido de smoking parece a punto de matar un balón con el pecho. Fue el líder ideal de los descastados del futbol. Sus mayores triunfos ocurrieron en escuadras en perfecto estado de desprestigio. Llegó al Nápoles cuando el equipo había olvidado lo que significaba comer los tallarines del triunfo y lo llevó a conquistar el scudetto con la afrentosa seguridad del individualista que cambia a una tribu. Lo mismo ocurrió cuando se convirtió en capitán de la selección que dirigía Bilardo. Nadie creía en ese equipo tosco, que parecía haber olvidado que Argentina patentó el dribbling. Pero los tiempos del futbol son extraños: la anticipación de la contienda dura años; la hazaña dura siete partidos. En sus bíblicas siete jornadas de México 86, Maradona hizo que una Argentina de relativa jerarquía fuera invencible.
Después de los triunfos vinieron los estertores de una vida que no se resuelve sobre el césped. Sobredosis. Gordura. Alegatos de paternidad. Pruebas de ADN. Dopaje. Derroche económico. Fanatismo castrista. Llanto público. Peligro de muerte.
Dotado de una resistencia física excepcional, Maradona sobrevivió a su dieta de excesos y tuvo el temple para aceptar sus errores y reinventarse como conductor de televisión. Su temperamento adictivo lo llevó a probar numerosos modos de salir de escena y todos ellos condujeron a inesperados regresos a la escena.
El pasado miércoles me reuní en el periódico La Nación, de Buenos Aires, con Daniel Arcucci, coautor del libro Yo soy el Diego... de la gente. Después de años de seguir una vida con los altibajos de un electrocardiograma, este testigo impar ve así el destino del zurdo: "Diego se mueve por ciclos; cuando parece liquidado se recupera y vuelve a la cima. Esto siempre ha sido así. La primera vez que dijo que se iba del futbol fue ¡en 1977! Diego ha estado harto muchas veces. Lo que ha cambiado es que estos ciclos se han vuelto más breves. Antes pasaban años entre los éxitos y los fracasos, ahora los cambios son de un día para otro".
La esencia del superhéroe es su condición bipolar: en el desayuno mastica el rutinario cereal de Clark Kent y en la cena evita la kriptonita que no metaboliza Superman. Maradona ha sido un caso de bipolaridad extrema; la fascinación que ejerce se debe en buena medida a su condición dual de triunfador autodestructivo. Según advierte Arcucci, los años han intensificado la forma en que sube y baja. Lejos de los rigores del entrenamiento, depende por entero de su voluntad para evitar las tentaciones de una sociedad que promete placeres instantáneos a quienes cuentan con crédito suficiente.
Nadie sabe qué papel hará al frente de la selección. Con año y medio por delante, enfrenta un plazo adecuado para quien despierta sueños que no soportan la larga duración. Su asesor será el pragmático Bilardo, lo cual garantiza que un relato fantástico adquiera dosis de realismo. Sin embargo, la mayoría de los argentinos ve la aventura con un temor que no deriva de la inexperiencia del jugador para entrenar, sino del daño que puede hacerse a sí mismo. Es como si la estatua de San Martín cabalgara de pronto rumbo a una batalla desigual.
El Dios ha decidido jugar con fuego. Cuando se refiere a su colega en las alturas lo llama "el Barbas" o "el verdadero Dios". Preso en el circo de la idolatría, ha hecho hasta lo imposible por cometer los errores que certifican su condición humana. Extrañamente ha fracasado.
Sin otra credencial que su pasión por el juego que contribuyó a reinventar, Maradona se someterá a la gloria o al ultraje. Quienes lo dieron por muerto contemplaron con asombro su resurrección en el cielo provisional de la televisión. Cuando parecía serenarse en calidad de abuelo y se disponía a enseñarle a chutar al bebé que su hija tendrá con el Kun Agüero, volvió a sentir la tentación del abismo.
La cultura de masas se asoma a un espectáculo singular. De nuevo, Diego Armando Maradona se ha puesto en tela de juicio. Como el Inmortal, de Borges, ha buscado en vano el río cuyas aguas conceden la mortalidad. Los desastres no lo han acercado a la condición común de sus congéneres; por el contrario, han demostrado su imposibilidad de aniquilarse.
Cuando Dios dispara contra sí mismo tiene el pulso firme y la puntería de los seres sobrenaturales, pero sus balas son de salva.


Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
*texto sugerido para adecmac por Sebastián del Amo

sábado, 18 de octubre de 2008

El Mejor

Cuento de Josefina R. Aldecoa.
Publicado en Cuentos de Futbol 2 Alfaguara 1998.
Fotos no, mire. Eso no, porque mi nuera me mata. Bastantes le sacan ya en el campo... Y de llevar­se las que le enseño, tampoco. A ellos no les gusta y allá ellos... ¿Y qué quiere usted que le cuente? Qué le va a contar una abuela. Yo de fútbol sé poco. Ahora, eso sí, del chico lo sé todo... El primer balón se lo re­galé yo. ¡Qué ilusión tenía! Era un balón de verdad. Pesaba... Que yo no sé cómo aquel chiquillo podía con él. Su madre torció el gesto porque ella no quería ni oír hablar del fútbol. Mi hijo no rechistó. Yo creo que se acordaba de cuando él era un crío y su padre también le había comprado uno... Mi chico se casó el año que murió Franco y mi niño nació a los dos años.

¡Qué tiempos, oiga usted! Si parece que fue ayer... Mi­re, el otro día viendo esos programas de la Prego en la tele, le decía yo a mi hijo: acuérdate de la noche que nos dio Aurora con el parto y el jaleo que había en la calle con los mítines y las elecciones... La madre no quería fútbol. Quería médico o ingeniero o abogado, pero fútbol, no... Listo fue siempre, muy listo. Echó a andar pronto, rompió a hablar pronto. Todo lo hacía bien y rápido. Mucho talento, sí señor. Por eso la ma­dre, natural, quería que estudiara carrera. Pero no hu­bo forma, oiga. ¡Qué afán con el balón...! Yo creo que esas cosas se heredan, como todo. Su abuelo, mi difunto marido, era loco por el fútbol...
Mire, acérquese. ¿Ve esta foto?.... ¿Que no sabe quién es él? ¿el de blanco? Pero hombre si es «la saeta rubia»... Y éste que le abraza, el que está de espaldas, ése es mi Juan. Fue un día que ganaron al Atleti... No, él no era socio del Real Madrid. Pero cuando podía, alguna vez, algún partido importante, se las apañaba para ir. Horas de cola se tiraban. Se turnaban los amigos, los vecinos del barrio. A veces pasaban toda la noche a la cola. Se iban para allá con la manta, los bocadillos, una botella de vino y a esperar... Qué años... Por eso digo que eso se hereda, qué duda cabe... A mí no, a mí el fútbol no me decía nada. ¿No ve que entonces aquí todavía no teníamos televisión? La radio sí, la radio te daba todo el partido como ahora. Yo, como veo regular y los sacan tan pequeños en la tele, le advierto que prefiero la radio que te lo explica todo mejor... Bueno, en casa tenemos la tele y la radio cuando juega el niño. A mí me gusta oír lo que dicen de él en la radio.

Mire, hay uno, no sé si es de la Ser o de Cope esa, que dijo un día: Desde Gento no ha habido nadie que corra como Baldo... Pues fíjese qué orgullosa. A ver... Usted no sabe lo que es una abuela... Hombre, la madre ya va entrando. No entiende mucho, no, pero se da cuenta de lo que el chico vale. Además, lo que yo le digo: Pero hija, médicos y arquitectos buenos hay muchos, pero un deportista como Baldo, de ésos hay poquísimos... Que no, que no digo sólo por lo que ganan, aunque eso también es importante. Lo digo porque mientras juegan, mientras son jóvenes, son como reyes, como los reyes de ese mun­do de ellos... Oiga usted, me acuerdo cuando le esco­gieron para los juveniles. En el colegio no vea usted. Del director hasta el último renacuajo de párvulos, estaban todos como locos...

Todo era Baldo por aquí y Baldo por allá y mi nuera con el morro torcido. Ya verá, me decía, éste no vuelve a tocar un libro en su vida... Y es que ella, mi nuera, vale mucho. Se ha preparado muy bien, ha estudiado mucho y está ahora de jefa de enfermeras en su planta, ahí en La Paz. Y ella, lo normal, quería que el chico hubiera estudiado para médico. El pa­dre, mi hijo, ése es más fácil de convencer. Le dijo a Baldo: Tú entrenas pero sigues estudiando ¿eh? Que la vida del deporte es corta ¿y luego, qué? El que lo hizo bien fue Pirri, le decía. Le sacaba mucho a relu­cir al Pirri aquel que se casó con la Sonia Bruno, tan mona que era ¿no se acuerda usted? Bueno, pues Pi­rri estudió medicina deportiva y cuando dejó de jugar lo fichó el Madrid para médico del equipo y ahí lo tiene usted...
¿Por dónde iba yo? No sé. Da igual... Pienso yo mil veces que si mi Juan levantara la cabe­za... Pero, hombre ¿quién le iba a decir a él que ten­dría un nieto futbolista? Él, ya se lo dije antes, era loco por el fútbol. Me decía: María, mujer, no ves, no te das cuenta que ese rato del partido, mientras lo ves si tienes la suerte de ir o mientras lo oyes por la radio, se te olvidan todos los problemas... Ahí, en la taber­na se reunían todos los amigotes los domingos y, hala, a esperar el partido, a discutir, a gritar, a beber vino que antes no se bebía otra cosa, no vaya usted a creer que los güisquis y las ginebras, que de todo eso nada.

O vino o una cañita de cerveza de barril, eso era lo que se usaba... Pero no me quiero ir por las nubes que ya sé yo que a usted le interesa el niño, que usted quiere que le hable del niño... Me pone nerviosa con el ca­charro ese de grabar. Ya, ya lo entiendo que si no, no puede escribirlo todo lo que le digo... Bueno pues el niño se crió muy bien... No, el abuelo no lo llegó a conocer. Murió joven. Vamos, que era joven para mo­rirse. Cincuenta y cinco años tenía. Llegó un día a casa, blanco como esa pared. Me dijo: Ábreme la ca­ma María, que no puedo más. Le había dado un dolor así, de repente en los riñones... Total, que no le veían nada claro, que lo llevaron al hospital y al fin... No, no conoció al nieto...
Teníamos dos hijos. El mayor que está colocado en Iberia, en tierra y vive en Barce­lona y el padre de Baldo que nunca me dejó: Madre, me decía cuando me quedé viuda, yo no me muevo de aquí, yo no te dejo sola. Y aquí se quedó. Está muy bien colocado. Entró muy joven de contable en los la­boratorios esos que hacen la penicilina... Hay que ver lo que fue la penicilina, cuando empezó. Tenía yo una amiga tísica perdida que se salvó gracias al Flemming que descubrió el invento... Bueno, pues a lo que íba­mos, mi hijo se quedó en Madrid. Muy bueno conmi­go y con todos porque es un chico que no se le co­noce un vicio ni un mal gesto con nadie. Tuvo novia joven, sólo una novia, su Aurora. Se casó con ella y cuando se casó se empeñó que yo me fuera cerca de ellos. Así que me vendió el pisito que teníamos por Galileo, que era interior pero estaba muy bien y luego que yo conocía a todo el mundo en el barrio... Pero no me importó irme con ellos a Moratalaz.

Ahora que eso sí, yo me compré un piso cerquita, pequeño, muy mono, pero aparte. Yo le dije a mi hijo: Mira, cerca sí. Pero independiente... Que sé yo lo que pasa con las suegras, que no es lo mismo vivir con una hija que con una nuera... Esto no se le ocurra ponerlo ¿eh? que mi nuera es muy buena chica, pe­ro no es lo mismo... Esa gloria no me la dio Dios, tener una hija.
Pero me dio cuatro hombres, el marido, los dos hijos y este nieto, el Baldo que ha sido mi alegría desde que nació... Me lo traían aquí cuando se iban a trabajar y aquí se pasaba todo el día. Pero si a este niño lo he criado yo más que su madre... La de bibe­rones, pañales, termómetros que habré gastado yo con él. Así que me adora. Pregúntele a él... Bueno, no le pregunte que ya sabe como son los chicos, les da vergüenza decir que te quieren. Y encima éste, que están deseando que hable, que diga algo para sacar­lo en las revistas...
Mi niño ¡qué listo era... ! Oiga, pe­ro qué pronto se ve que un niño va para algo grande... Yo le decía cuando era pequeño: ¿Qué vas a ser tú de mayor vida mía, ángel mío? Esas tonterías que se di­cen a los niños, y a los nietos más. Porque ya no estás pensando en otras cosas tuyas como cuando eras joven. Con los nietos no piensas más que en ellos. Ya ni qué me pongo para esta boda ni qué está haciendo tu hom­bre que no acaba de llegar.

Baldo, le pusieron así por el padre de ella, el otro abuelo, se crió muy bien. Fuerte y sano. Nunca estuvo malo de importancia. Algún catarrillo, la tripa, lo normal. Un niño muy alegre, muy juguetón. ¡Qué energía! No paraba quieto. Cuando empezó a andar me lo llevaba al parquecito de aquí al lado y allí se de­sahogaba. Luego dormía la siesta como un tronco. No fue al colegio hasta los cinco años porque me te­nía a mí ¿y quién le iba a cuidar mejor? Luego cuando empezó a ir yo le iba a llevar y a recoger. Me decían las señoritas: Vaya nieto que tiene usted, qué listo y qué bueno... que es lo que quiere oír una abuela... Me acuerdo el día que me dijo una de ellas: Su nieto va para futbolista. Porque desde muy pronto, eso sí, le encantaba la pelota. Como a todos, claro... ¿Estudian­te? Era bueno. Le gustaban y le gustan las matemáti­cas. Lo que más. Y dibuja muy bien...
A los once años empezó a jugar aquí en el barrio con el equipo del co­legio. Los entrenaba un vecino los sábados. Y los do­mingos jugaban con los equipos de otros colegios. En, seguida se veía que él valía mucho. Eso decían por­que yo, ni entendía ni entiendo. Sólo sé que mi Baldo es lo más bueno del mundo... Con el primer dinero que le dieron cuando empezó ya más en serio ¿qué cree usted que me regaló?... Un reloj de oro. Para que veas bien la hora y los minutos que faltan para terminar el partido, abuela, me dijo. Porque yo tenía un relojito de los de antes, muy poco dibujadas las cifras... Mire, cuando se lesionó aquella vez que pudo ser muy gordo aunque luego se quedó en poco, fue en el minuto veintisiete de la segunda parte... Acababa de pasarle él la pelota al compañero que metió el gol cuando le entró el defensa enemigo y le dio tal golpe en la pier­na derecha -porque hay que ver cómo juegan, a lo bruto- que me lo dejó tendido en el suelo...
Yo que vi la camilla y el locutor que decía: ha sido importan­te, ha sido importante... y la cara de dolor que tenía mi niño... Yo creí que me moría. Sólo pensaba: ¿qué sen­tirán las pobres abuelas de los toreros, Dios mío...? Porque peor que la patada es la cornada del toro... Mi hijo me llamó en seguida para tranquilizarme. Lo dejaron aquella noche en la clínica. Su madre, como además de madre es enfermera, no se separó de él... Yo no podía dormir. Pensaba: La culpa es mía por haber­le regalado aquel balón de reglamento... Pero qué ale­gría le dio aquel balón. Lo que jugó con él. Y ahora ya ve usted, con dieciocho años y le han seleccionado para jugar esa Copa que debe ser importante ¿no?... Mi niño... Porque será campeón, pero es un niño... Que no, hombre, que no, que no son lágrimas, que no lloro. Es esa luz de los focos que tienen ustedes para los fotos... Y ya le he advertido y le vuelvo a advertir que de fotos de la casa, nada... Buena se iba a poner mi nuera... Mire, le voy a enseñar la foto que más me gusta a mí. La tengo en la mesilla de mi cuarto en un portarretrato. Tenía ocho años y aquí le tiene con la camiseta del Madrid que se la compré yo... Mire qué cara de listo...

Con el pie en el balón apoyándolo, sujetándo­lo para que no se le escape... Hombre, el futuro na­die lo conoce, pero digo yo que si se tuerce la cosa podrá seguir con los estudios aunque sea de noche y trabajando de día, que no será el primero que lo hace. Y siempre tendrá el recuerdo de lo que fue... Además a él le quiere todo el mundo porque es muy buen compañero para todos. Si te quejas de que uno le ha dado un empujón o un golpe fuerte, él dice: ¿tú qué sabes, abuela?... Y de los árbitros, y de las tarjetas... No hay quien le hable de eso... Mire, yo también le pregunté una vez lo que usted me pregunta a mí, que por qué quería ser profesional en el fútbol. Y él me contestó: Porque quiero ser el mejor en algo y en esto lo voy a poder ser, estoy seguro... Allí sí que se me es­caparon las lágrimas. Porque me acordé de lo que contaba mi marido del Coppi, ese ciclista italiano, que decía: Todos los hombres son iguales pero hay al­gunos más iguales... Y mi niño quería ser de los que no son iguales... Si yo creyera en algo, que no creo, Si creyera que el abuelo le puede ver a mi Baldo desde allá arriba por un agujerito. Que puede ver a mi nieto matándose por ser el mejor...