ESSE EST PERCIPI[1]
Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares
Viejo turista de la zona Núñez y aledaños, no dejé de notar que venía faltando en su lugar de siempre el monumental estadio de River. Consternado, consulté al respecto al amigo y doctor Gervasio Montenegro[2], miembro de número de la Academia Argentina de Letras. En él hallé el motor que me puso sobre la pista. Su pluma compilaba por aquel entonces una a modo de Historia Panorámica del Periodismo Nacional, obra llena de méritos, en la que se afanaba su secretaria. Las documentaciones de práctica lo habían llevado casualmente a husmear el busilis[3]. Poco antes de adormecerse del todo, me remitió a un amigo común, Tulio Savastano, presidente del club Abasto Juniors, a cuya sede, sita[4] en el Edificio Amianto, de avenida Corrientes y Pasteur, me di traslado. Este directivo, pese al régimen doble dieta a que lo tiene sometido su médico y vecino doctor Narbondo, mostrábase aún movedizo y ágil. Un tanto enfarolado por el último triunfo de su equipo sobre el combinado canario, se despachó a sus anchas y me confió, mate va, mate viene, pormenores de bulto que aludían a la cuestión sobre el tapete. Aunque yo me repitiese que Savastano había sido otrora el compinche de mis mocedades de Agüero esquina Humahuaca, la majestad del cargo me imponía y, cosa de romper la tirantez, congratulélo sobre la tramitación del último goal que, a despecho de la intervención oportuna de Zarlenga y Parodi, convirtiera el centro-half Renovales, tras aquel pase histórico de Musante. Sensible a mi adhesión al once de Abasto, el prohombre dio una chupada postrimera a la bombilla exhausta, diciendo filosóficamente, como aquel que sueña en voz alta:
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-Y pensar que fui yo el que les inventé esos nombres.
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¿Alias? -pregunté, gemebundo-. ¿Musante no se llama Musante? ¿Renovales no es Renovales? ¿Limardo no es el genuino patronímico del ídolo que aclama la afición?
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La respuesta me aflojó todos los miembros.
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-¿Cómo? ¿Usted cree todavía en la afición y en ídolos? ¿Dónde ha vivido, don Domecq?
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En eso entró un ordenanza que parecía un bombero y musitó que Ferrabás quería hablarle al señor.
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-¿Ferrabás, el locutor de la voz pastosa? -exclamé-. ¿El animador de la sobremesa cordial de las 13 y 15 y del jabón Profumo? ¿Estos, mis ojos, le verán tal cual es? ¿De veras que se llama Ferrabás?
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-Que espere -ordenó el señor Savastano.
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-¿Que espere? ¿No será más prudente que yo me sacrifique y me retire? -aduje con sincera abnegación.
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-Ni se le ocurra -contestó Savastano-.
Arturo, dígale a Ferrabás que pase. Tanto da...
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Ferrabás hizo con naturalidad su entrada. Yo iba a ofrecerle mi butaca, pero Arturo, el bombero, me disuadió con una de esas miraditas que son como una masa de aire polar. La voz presidencial dictaminó:
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-Ferrabás, ya hablé con De Filipo y con Camargo. En la fecha próxima pierde Abasto, por dos a uno. Hay juego recio, pero no vaya a recaer, acuérdese bien, en el pase de Musante a Renovales, que la gente lo sabe de memoria. Yo quiero imaginación, imaginación. ¿Comprendido?
Ya puede retirarse.
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Junté fuerzas para aventurar la pregunta:
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-¿Debo deducir que el score se digita?
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Savastano, literalmente, me revolcó en el polvo.
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-No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman.
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-Señor ¿quién inventó la cosa? -atiné a preguntar.
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-Nadie lo sabe. Tanto valdría pesquisar a quién se le ocurrieron primero las inauguraciones de escuelas y las visitas fastuosas de testas coronadas. Son cosas que no existen fuera de los estudios de grabación y de las redacciones. Convénzase Domecq, la publicidad masiva es la contramarca de los tiempos modernos.
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-¿Y la conquista del espacio? -gemí.
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-Es un programa foráneo, una coproducción yanqui-soviética. Un laudable adelanto, no lo neguemos, del espectáculo cientifista.
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-Presidente, usted me mete miedo -mascullé, sin respetar la vía jerárquica-. ¿Entonces en el mundo no pasa nada?
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-Muy poco -contestó con su flema inglesa-. Lo que yo no capto es su miedo. El género humano está en casa, repantigado, atento a la pantalla o cuando no a la prensa amarilla. ¿Qué más quiere,
Domecq? Es la marcha gigante de los siglos, el progreso que se impone[5].
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-¿Y si se rompe la ilusión? -dije con un hilo de voz.
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-Qué se va a romper -me tranquilizó.
-Por si acaso seré una tumba -le prometí-. Lo juro por mi adhesión personal, por mi lealtad al equipo, por usted, por Limardo, por Renovales.
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-Diga lo que se le dé la gana, nadie le va a creer.
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Sonó el teléfono. El presidente portó el oído y aprovechó la mano libre para indicarme la puerta de salida.
(Incluido en Crónicas de Bustos ©1963, Adolfo Bioy Casares/Jorge Luis Borges, Emecé Edi 1979, 1991, 1997 y © María Kodama. Tomado de Cuentos de Futbol argentino, selección de fontanarrosa. Alfaguara 2004).
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*Anotaciones de José Luis González Fernández (Doc).
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[1] Significa “Existir es ser percibido” según el idealismo subjetivo de Berkeley. Este cuento, pertenece a los los relatos detectivescos Seis problemas para don Isidro Parodi (publicada en 1942) escritos a la limón entre Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Tienen como autor imaginario a Honorio Bustos Domecq, quien supuestamente fue un escritor precoz que publicó a la edad de 10 años, polígrafo, inspector de enseñanza y defensor de pobres. Posteriormente, Borges y Bioy Casares publicaron con el mismo seudónimo Crónicas de Bustos Domecq (1967), de donde se extrae este cuento.
[2] Gervasio Montenegro es colega imaginario de Honorio Bustos Domecq, y también aparece en los relatos, como un célebre actor acusado de asesinato en algunos realtos.
[3] Meollo, Quid del asunto
[4] Situado
[5] Hoy mas que nunca, apoyado por los medios de comunicación a su servicio ¿o al revés?, el gobierno de la República intenta conseguir, y mucho ha logrado, que la afición siga creyendo en los partidos que transmiten. Mucho han de deberle a Ferrarás y don Tulio Savastano.